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Aún podemos racionalizar las extraescolares

Con el principio de curso y con el inicio de las obligaciones laborales, muchos padres corren a apuntar a sus hijos a alguna actividad extraescolar. Pues bien, al margen del tipo de extraescolar que se escoja y de las horas que se tengan que invertir, podríamos reflexionar sobre varios aspectos, incluso ahora que el segundo trimestre va a empezar, ya que aún tenemos tiempo de actuar con tal de mejorar nuestra rutina familiar.

Para comenzar, nos haremos las siguientes preguntas:

  • ¿la extraescolar se ajusta a los gustos, las habilidades o las necesidades del niño?
  • ¿el niño tendrá tiempo para otras actividades, como deberes, descanso, juego…?
  • ¿el horario se compagina con nuestra vida familiar?
  • ¿quién se encargará de llevarlo y recogerlo?
  • ¿quién desea realizar la actividad extraescolar, nosotros o el niño?

Una vez hemos resuelto estas cuestiones, cuando ya hemos comprobado que es necesario, práctico o conveniente para nuestro hijo realizar una o varias extraescolares, deberíamos llevar un poco más allá nuestra reflexión.

¿Qué sucede en algunas familias?

A veces, hay padres que sobrecargan de extraescolares a sus hijos, por su propio nivel de perfeccionismo, bien para que sus pequeños no pierdan el tiempo, bien para que aprovechen todas las tardes realizando una o varias actividades distintas. Estos padres, a menudo, piensan que si el niño no se queja es porque ya le está bien. Es más, viendo el horario de sus hijos con cada una de las actividades calculadas al milímetro, piensan «mira, así el niño desconecta del colegio y se relaja». Pues bien, el niño necesita algo más que desconectar; en realidad, necesita tiempo material para hacer lo que realmente le apetezca.

En algunas familias, las extraescolares suponen una salvación, una manera de compaginar la vida laboral de los padres con el horario de sus hijos. Desgraciadamente, muchos padres no pueden dejar sus trabajos o trabajar a media jornada para cuidar de sus hijos y se ven obligados a apuntarlos a diferentes extraescolares para evitar que estén solos y desatendidos. En estos casos, quizá valdría la pena racionalizar las extraescolares y dejar al niño el resto de días al cuidado de un familiar de confianza o en manos de un canguro.

Otras veces, los padres, simplemente, deciden que sus hijos hagan extraescolares para evitar que pasen demasiado tiempo ante la televisión, ante la videoconsola o en la calle. Es cierto que el mal uso de las tecnologías o el exceso de calle pueden ser contraproducentes; no obstante, el problema verdadero reside en la incapacidad para decir «no». Los padres tenemos que limitar el uso de ciertos medios y cuidar algunos aspectos de sus relaciones. Como padres debemos estar al lado de nuestros hijos, acompañarlos sin sobreprotegerlos, teniendo en cuenta su edad y sus características particulares. Hemos de aprender a enfrentarnos a los problemas con nuestros hijos para que no lo hagan ellos solos, pues, por su edad y su falta de madurez, no están aún preparados para según qué cosas.

Pensemos en el niño

Hay que tener en cuenta que, cada vez que el niño cambia de clase o de actividad, ha de ajustarse a un profesor, a un ritmo e, incluso, a un grupo de compañeros distinto. No sólo esto, además se tiene que concentrar en cada una de estas clases, todo lo cual exige un esfuerzo. A veces, este esfuerzo sale de forma más fácil porque el niño siente predilección por aquella asignatura o actividad. Pero no podemos pretender que todo le guste al mismo nivel.

Por eso, es necesario que el niño disponga de tiempo para descansar o para jugar de forma libre, porque en esos momentos el niño interioriza, llega a conclusiones, piensa, imagina, ensaya, juega, explora, investiga… todo ello necesario para desarrollar de forma óptima la inteligencia, la iniciativa, la seguridad del niño. Con todo, no es justo demonizar las extraescolares; es más, en muchos casos el deporte, la danza o la música pueden resultar beneficiosos y estimulantes, sobre todo para los niños que se aburren en el colegio. Eso significa que deberíamos establecer prioridades y racionalizar las extraescolares pensado más en la calidad que en la cantidad. En definitiva, deberíamos verlas como lo que en realidad tendrían que ser, es decir, un complemento a la educación del pequeño.